Hace una década la ciudad de Tampico, en el noreste de México, vivía en estado de zozobra: la gente se encerraba tras el atardecer, el ausentismo escolar y universitario era frecuente y viajar en carretera, en palabras de algunos tampiqueños, "era lo mismo que un suicidio".
Hoy, Tampico y sus dos municipios vecinos, Madero y Altamira, componen una de las zonas urbanas más seguras de México, un país que no ha logrado contener la violencia perpetrada por el crimen organizado.
La crisis de violencia se acentuó durante la transición en los poderes locales y nacionales a principios de octubre. Es el principal desafío del nuevo gobierno de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum.
Y la experiencia de Tampico, una ciudad portuaria en la costa del Golfo de México, puede servir como modelo para abarcar la crisis de homicidios, secuestros y extorsiones que sufre el país.
De hecho, algunas de las propuestas de Sheinbaum van en la línea de lo que sirvió acá: prevención del crimen, coordinación entre policías y fiscalías y mejores sistemas de denuncia.